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September 29, 2024

La Música en el Culto Divino: ¿Por qué cantamos?


La Música en el Culto Divino

 

La presente entrega es la primera parte del artículo publicado originalmente en Liturgia y Canción en el año 2009, el cual desarrolla y comenta acerca del documento “Cantemos al Señor: La Música en el Culto Divino” (USCCB, 2008), publicado por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Por la extensión y profundidad, tanto del documento como del artículo escrito por el Padre Juan Sosa, esta entrega está dividida en dos partes, únicamente por cuestiones logísticas, para facilitar su lectura. A continuación, le invitamos a leer la primera parte del artículo.

 

El documento se aprobó en noviembre del 2007 y se publicó a mediados de 2008 con el título Canten al Señor: La música en el culto divino (20995LC). Sus autores, los obispos de los Estados Unidos, a través de un subcomité designado por el Comité de Liturgia de la Conferencia Episcopal, decidieron revisar los primeros documentos que han regido el papel de la música litúrgica en los Estados Unidos, conocidos como La música en el culto católico (1972) y La música litúrgica hoy (1982). Nos podemos preguntar: ¿Y por qué ahora un nuevo documento? Esta nueva revisión responde a la necesidad de adaptar periódicamente los textos e instrucciones de la reforma litúrgica ordenada en 1963. Desde los párrafos que tratan este tema en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia (1963) y en la instrucción Musicam sacram (1967), la primera instrucción de la Santa Sede sobre la música en la liturgia, hasta las múltiples instrucciones que han enunciado tanto la Conferencia Episcopal de este país como las de otros, el asunto de la música litúrgica continúa afectando la experiencia de oración de nuestras asambleas católicas.

La reacción ante los cambios propuestos por la reforma de 1963 constata que después del uso del idioma del pueblo y la postura del sacerdote de cara, y no de espaldas a la asamblea, el uso de la música en toda la Misa se convirtió en el mayor reto para los fieles. Algunos rechazaron esta participación tan activa de la música y otros la aceptaron con alegría. Es necesario recordar que en aquellas primeras décadas después del Concilio Vaticano II, muchos de los fieles cuestionaron las consecuencias de estos cambios en su vida de oración: la calidad de la música, la traducción de los textos a la lengua vernácula, ¿es el himno el único estilo musical aceptable?, ¿nos quedamos sólo con las guitarras?, ¿qué ha pasado con la música del órgano? ¿habrá desaparecido el canto gregoriano? Nuestras asambleas en aquellos momentos clamaban por una orientación catequéticaclara y necesaria sobre estos y otros cambios que se produjeron en poco tiempo. Por ello, está en el interés de nuestros obispos proveer desde entonces la mejor catequesis posible sobre este tema de la música litúrgica.

En Canten al Señor(CS), los obispos afirman de nuevo los principios enunciados en aquellos primeros documentos, pero también nos dan una major comprensión de la relación entre la música litúrgica, los músicos, la asamblea y los líderes de nuestros ritos, especialmente los celebrantes. De la misma manera, los obispos han tratado con más claridad ciertos temas prácticos que afectan la ejecución de la música en las iglesias, como el espacio para el coro y los músicos, la necesidad de una buena acústica, el uso de la música grabada y el papel de la música en la celebración de los sacramentos de la Iglesia y en la Liturgia de las Horas.

 

Nuestro canto de alabanza y el discipulado en la Iglesia

El documento aparece dividido en cinco partes o secciones y una conclusión. La primera sección expone por qué cantamos como Iglesia. La respuesta a esta pregunta asume muchas formas: desde el contexto provisto por las Sagradas Escrituras, el uso de signos y símbolos en el culto y el análisis de los elementos espirituales de la música litúrgica, hasta la participación activa de la asamblea, criterio enunciado por la reforma de 1963. Es indiscutible que esta sección evoca la intención primaria de la reforma litúrgica que solicitó una mejor distribución de signos externos que ayudaran a los fieles discípulos y así pudieran ejercer la vocaciónde evangelizadores en la sociedad contemporánea.

El documento afirma y reitera muchos de los criterios establecidos previamente en La música en el culto católico y La música litúrgica hoy; entre otros: la necesidad de una buena teología en la composición de textos para la liturgia, los criterios para la selección del repertorio musical de la comunidad, el uso del silencio en la liturgia, la selección de instrumentos para la liturgia y, en general, la calidad de la música en el culto.

No obstante, los obispos exploran en Canten al Señor otros aspectos que no se desarrollaron en los documentos anteriores; entre otros, la importancia del canto cuando el ministro ordenado (obispo, presbítero o diácono) celebre o asista a las celebraciones; la necesidad de que estos ministros animen a que la asamblea se una en el canto; el músico pastoral como discípulo; el uso de la música en otros sacramentos; la necesidad de tener buena acústica en la iglesia; la música en la escuela católica; la música en otros ritos de la Iglesia y de la piedad popular; y el impacto de la música propia de los pueblos que componen las asambleas multiculturales de la Iglesia en este país. Más que cómo usar la música en la liturgia, el documento hace énfasis en por qué cantamos en el culto y explora la espiritualidad que nace de la música litúrgica que nos ayuda a profundizar nuestra fe personal y comunitaria.

Por lo tanto, exploremos algunos de estos criterios que, como principios orientativos, se convierten en los puntos clave de este documento. Aunque de ninguna manera sustituyen aquellos que ya se han establecido en documentos anteriores, sino que los complementan.

 

Este artículo continuará en la próxima entrega.

Publicado originalmente en Liturgia y Canción. © 2009 OCP. Derechos reservados.

Juan J. Sosa, presbítero y párroco de la comunidad de Santa Catalina de Siena en Miami. Es presidente del Instituto Nacional Hispano de Liturgia, asesor del Comité de Liturgia de los Obispos y profesor adjunto de los seminarios de la Florida.