Blog

17 de April de 2020

La Pascua en tiempos del COVID-19


La Pascua en tiempos del COVID-19
 

En el gozo del tiempo de Pascua podemos encontrar alguna similaridad con los tiempos difíciles que estamos viviendo. Todos imaginamos los tiempos en que las cosas “eran normales”. Incluso en el mundo digital encontramos desde bromas hasta oraciones que nos recuerdan con nostalgia cómo eran las cosas hasta hace poco. Añoramos hoy la socialización física e incluso agradecemos valorando aquellas cosas simples que hoy no podemos disfrutar.

La Pascua es el tiempo que vivimos después de la Cuaresma. La reflexión, interiorización y conversión se contrastan con el gozo desbordado, la alegría intensa y la felicidad de la promesa cumplida. Muchos se cuestionan: ¿Es acaso posible en la vida diaria, pasar de la tristeza a la alegría, como la Iglesia nos ha permitido experimentar en el gozo de la Pascua de Resurrección?

Creo que justamente “cuando las cosas eran normales”, el paso de la tristeza cuaresmal al gozo pascual ocurría aislado del contexto y lo cotidiano, restringiendo ese paso a la parroquia y a los servicios de Semana Santa, que nos ayudaban con la solemnidad propia del paso de la Vida a la Muerte. Esta vez, podríamos llegar a decir que esos límites se han difuminado y que el aislamiento y la incertidumbre nos han permitido vivir la Pasión de Jesucristo, junto a Jesucristo, haciendo la Pascua totalmente parte de nuestra vida cotidiana.

Ahora tenemos ahora la oportunidad de vivir realmente el espíritu de la Pascua, como lo hicieron los propios discípulos. Para hacerlo, tal como lo hicieron también los propios discípulos, tenemos frente a nosotros la oportunidad de ver la nueva realidad de un modo diferente, de un modo Pascual. Más allá de añorar los tiempos en que físicamente vivían junto al Maestro, los discípulos empezaron un aprendizaje sobre cómo vivir esta nueva realidad. Igual, en este nuevo tiempo, en que Cristo hace nuevas todas las cosas, tenemos la oportunidad de ver la realidad de nuestras vidas, aún en la incertidumbre, desde un punto de vista diferente. Porque, al fin y al cabo, ¿Qué sentido tenía la Resurrección de Jesucristo, si no para transformar los corazones de los discípulos, como ahora busca renovar completamente los nuestros?

Siento que el cambio al que se enfrentaron los discípulos -y al que hoy también nos enfrentamos nosotros en tiempos de crisis- puede ser también visto desde lo que se conoce como las cinco etapas del duelo. Si bien estas etapas explican la forma en que las personas enfrentan la pérdida de un ser querido, en realidad nos sirven para poder interpretar muchas veces los procesos de cambio, como en el caso de los discípulos. Las cinco etapas son: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.

  1. Negación. Era prácticamente imposible pensar que una situación aparentemente ‘pequeña’ pudiera llevarnos a la situación actual, para muchos de nosotros era una enfermedad que no nos afectaría y pensábamos: “esto no me puede pasar a mi”. Igualmente, los discípulos se negaban a aceptar la idea de que el Maestro pudiera pasar por una situación de tanta humillación. Las negaciones de Pedro que todos recordamos no son la única muestra de esta negación, sino que lo apreciamos en los discípulos, cuando las autoridades llegaron a apresar a Jesús, luego de la Cena: “En aquel momento, todos los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron” (Mt 26, 56). La negación nos llama a evadir una realidad, a darle la espalda, sintiendo que no tiene que ver con nosotros.
  2. Ira. La frustración de no poder hacer nada por resolver la situación nos lleva a culpar a otros, incluso a renegar de lo que se quiere o de lo que se cree. No aceptamos la pérdida o necesidad de cambio, como en el pasaje en el que los discípulos muestran su desconfianza, aún cuando María Magdalena corrió a contarles que ella había visto a Jesús: “Éstos, al oír que Jesús vivía y que ella lo había visto, no lo creyeron” (Mc 16, 11).
  3. Negociación. La negociación genera la idea de que aún las cosas pudieran revertirse, volver a lo “normal”, al estado anterior de las cosas. Hay una cierta decepción y un desencanto. Los discípulos que iban de camino a Emaús nos muestran ese desánimo humano por lo que pudo ser y no se dio: “Nosotros teníamos la esperanza de que él sería el que había de libertar a la nación de Israel. Pero ya hace tres días que pasó todo eso” (Lc 24, 21). Como recordaba al inicio de esta conversación, estas últimas semanas muchos nos hemos confrontado con la nostalgia de querer ‘retroceder’, valorando lo que hoy no se puede disfrutar temporalmente y que probablemente determine un cambio en las cosas: cambio en mi forma de pensar, en la forma de ver la vida, de apreciar lo simple y cotidiano, etc.
  4. Depresión. Esta etapa, que no tiene que ver con la situación clínica de la salud mental, se refiere más a la tristeza de la pérdida. Durante la Semana Santa, todos hemos experimentado la nostalgia y el dolor de la pérdida de Jesús, quizá con una intensidad diferente, más profunda. Su camino al Gólgota nos llenó de tristeza y acompañamos su dolor en el Via Crucis, como acompañamos el dolor de nuestros hermanos que padecen la enfermedad del COVID-19. A diario, las noticias nos muestran historias de tristeza y dolor, que nos sumergen en esta etapa del duelo. Cristo estaba muerto y no era motivo de broma ni de alegría.
  5. Aceptación. Finalmente, la aceptación nos ayuda a incorporar el dolor y la incertidumbre con los nuevos elementos de la vida y además nos abre a la esperanza, al preguntarnos: ¿Qué hay después? ¿Cómo puedo continuar viviendo en una nueva realidad?

Como hispanos, nuestra cultura nos ayuda a vivir esas etapas de duelo y a encontrar la esperanza en los tiempos que se abren frente a nosotros. En el fondo, los valores de nuestra fe católica nos inspiran a esa apertura, viviendo más intensamente la certeza de que Dios nos acompaña. La aceptación no implica resignación, sino mirar al futuro, abrazando el pasado, pero con la alegría del Resucitado y la esperanza de un Pentecostés que renueve nuestra vida. Recordemos siempre que Jesús camina con nosotros, como acompañaba el camino de los discípulos en su camino a Emaús, aún cuando ellos no lo reconocieron. Abramos el corazón para reconocer a Jesús caminando con nosotros.